Opinión | Datos biométricos y el futuro de nuestras elecciones


Los datos biométricos y el futuro de nuestras elecciones
Marzo 26, 2020 | Xalapa, Veracruz
Juan Manuel Vázquez Barajas

La pandemia del coronavirus tomó de sorpresa a nuestro vecino del norte en un momento poco oportuno, durante pleno proceso electoral. Dado que en el sistema estadounidense, cada estado decide la fecha en la que llevará a cabo las votaciones, varios han tenido que posponer sus comicios o recaer en el envío de boletas por correo. Si bien estas medidas pueden servir en el corto plazo, la situación nos hace ver la importancia de transitar hacia mecanismos de votación remota, accesible y digital en el siglo XXI.

Este modelo permitiría que emitir un voto fuese tan fácil como enviar una transferencia electrónica. De hecho, el proceso podría ser bastante parecido. Una de las condiciones indispensables para que ello suceda sería garantizar el principio de: una persona, un voto. Como ejemplo, los bancos utilizan datos biométricos (típicamente una huella dactilar) para corroborar la identidad de un usuario. De la misma forma, nuestras autoridades electorales podrían usar mecanismos análogos para corroborar la identidad de un votante y detectar instancias irregulares con mayor trazabilidad.

Todo ello es posible con el uso de tecnología ya existente[1].

La implementación de una votación digital remota requiere que la sociedad mexicana aborde una discusión acerca del derecho a la identidad y de la gestión de nuestros datos biométricos. Actualmente, el estado mexicano ha relegado esta cuestión desde la Ley General de Población de 1992, donde en el transitorio cuarto se establece que la credencial para votar serviría como mecanismo de identidad temporal. El plan original contemplaba la creación de una cédula de identificación ciudadana, que a la fecha sigue sin existir[2].

Por consecuencia, ha recaído en el Instituto Nacional Electoral la responsabilidad de gestionar la expedición de la única identificación oficial gratuita en México. Actualmente, el INE cuenta con la mayor concentración de datos biométricos para la creación de nuestro padrón electoral. Sin embargo, dicha política implica que el Estado mexicano no ha garantizado el derecho a la identidad de forma universal, ya que deja fuera la expedición de documentos para menores de edad.

Soy de la opinión que debemos generar una política que no solo universalice dicho derecho de una vez por todas, sino que también empodere al ciudadano, volviéndolo en usuario propietario y activo. El uso de datos biométricos para la emisión del voto requiere de gran responsabilidad y compromiso por parte del Estado, ya que reafirma su papel de salvaguarda y garante de derechos.

Considero que la mejor forma de llevar a cabo este mecanismo es siempre a través de la transparencia y la apertura gubernamental. Las autoridades deben ser capaces de generar mecanismos que faciliten la interacción de los usuarios y garanticen su acceso a la información. En materia electoral, esto se podría lograr con que cada mexicana y mexicano sea capaz de revisar su historial de votación, todo mediante el uso de una cuenta accesible por internet en el dispositivo electrónico de su preferencia. 

Puesto en práctica, podemos imaginar cómo esto podría transformar la forma en la que operarían nuestras casillas. Principalmente, tendría el potencial de aliviar el flujo de votantes, así reduciendo el costo operativo de estas. De igual forma, se puede contar con la instalación de lectores de datos biométricos, que serían capaces de registrar cuando alguien emite un voto y detectar intentos de votación múltiple de forma instantánea.

Para que esto sea posible, ni siquiera es necesario generar grandes cambios en la legislación actual, ya que podría ser el propio INE quien gestione dicho proceso. Sin embargo, considero que lo correcto es resolver el pendiente de la Ley General de Población y continuar con la creación de un órgano público cuya misión sea la recolección, resguardo y gestión de los datos biométricos de las y los mexicanos.

Es imperativo que fortalezcamos todas las ramas de nuestro sector público para que este sea capaz de una coordinación eficaz y así garantizar los derechos de todos. Una gestión transparente y responsable no solo tiene el potencial de facilitar la participación ciudadana, sino de fomentar la propia confianza hacia las instituciones públicas. Este no solo es un reto para la autoridad electoral, sino para el gobierno en sí.

Una democracia sin confianza está destinada al fracaso. Conforme los ciudadanos confíen en que sus autoridades actúan de forma responsable y en servicio al interés público, habrá mayor apertura y disposición para la cooperación. Es hora que asumamos los retos del futuro como las oportunidades que son. Fortalecer nuestro sistema democrático requiere que reafirmemos nuestro compromiso con sus ideales, poniendo al ciudadano al centro de las políticas y decisiones públicas. 
     


[1] Cabe mencionar que dadas las limitantes con las que cuentan gran parte de la población, estos mecanismos deben verse como complementarios a la infraestructura electoral existente. De otra manera, se estaría restringiendo un derecho fundamental a un grupo socioeconómico privilegiado.
[2] Es importante notar que el gobierno federal actual ha asumido el compromiso de dar cumplimiento a este pendiente durante el sexenio en curso.

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